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EDITORIAL

 

EDITORIAL

Alejandro Agostinelli



La salida del primer número de El Ojo Escéptico fue un excelente test para conocer cómo han sido recibidos por el público los objetivos del CAIRP.


Muchos jóvenes apasionados por la literatura científica --encantados por haber encontrado argumentos sólidos para "ganar discusiones" con amigos aficionados a alguna pseudociencia-- le dieron a la publicación una alentadora bienvenida. La actitud de varios periodistas dedicados a la divulgación científica fue parecida: descubrieron en El Ojo Escéptico abundante material de consulta y entendieron que la iniciativa ocupaba un lugar vacante.


Hay que decir, sin embargo, que hubo matices. Algunos identificaron la revista con un órgano del "racionalismo militante". Tal vez no advirtieron que el sayo, acaso peyorativo, nos queda pintado. Sinceramente, ¿vale la ambiguedad frente al culto de la chantología? ¿Es la razón peor consejera que la corazonada? ¿Corresponde mezclar las cosas del corazón con el legítimo derecho de emplear el atributo que diferencia al hombre de las otras criaturas de la escala zoológica? Es verdad: el cerebro que razona es un órgano del racionalismo militante.


Una lectora casual comentó que se había dado cuenta de que no sólo debía cuidar a sus hijos de ciertos peligros de la calle: de ahora en más iba a tener que protegerlos de muchas creencias perniciosas que no son contempladas en su educación formal y pensar dos veces antes de comprar alguna publicación que ofrece un manejo poco cuidadoso del conocimiento científico.


Mejor no hablar de los fans del misterio. Pero sería injusto porque son mayoría.


Algunas mentes perversas acusaron al CAIRP de continuar con la sórdida conspiración iniciada por los Refutadores de Leyendas de Villa del Parque. Por si alguien no lo sabe, los Refutadores son una banda de forajidos que pertenecen a la cosmogonía barrial del escritor Alejandro Dolina, enemigos a muerte de los Hombres Sensibles de Flores, una adorable barra de poetas credulones que son felices cultivando amores imposibles y planeando estrategias heroicas para capturar las serpientes marinas que reptan por las aguas del arroyo Maldonado y que, de vez en cuando, se dejan ver a través de las alcantarillas de la avenida Juan B. Justo. Los Refutadores de Leyendas son antipáticos porque proponen demoler la poesía con argumentos razonables. Para el CAIRP, la imaginación artística debe ser defendida. ¿Y qué mejor defensa que hacer la distinción entre una cosa y otra? A nadie se le ocurriría comparar la prosa deliciosa de un Manuel Mandeb con los versos fallutos que proponen los fabricantes de supercherías.


No fueron pocos aquellos críticos que señalaron que los partidarios del escepticismo como alternativa a la pseudociencia están animados por un "espíritu destructivo". Que son a la "renovación de la ciencia" lo que es el Diablo a la Iglesia. En parte, es verdad. A veces, para construir nuevos edificios no queda otro remedio que remover falsos cimientos y echar abajo los castillos que algunos testarudos insisten en construir en el aire. En cuanto a "renovación", sólo pedimos que nos expliquen qué tienen de nuevas cualesquiera de las disciplinas mágicas más difundidas. El metier del "parapsicólogo" --con los diferentes nombres que fue adoptando con el correr de los siglos-- compite con el oficio más viejo del mundo. La astrología va a cumplir 4.300 años. La venerable creencia en los ovnis se remonta a la edad de la primera escarapela, con la única diferencia de que antes no quedaba más remedio que creer en ángeles, apariciones marianas, santos, hadas, gnomos y brujas. Los aparecidos ahora tienen antenitas y trajes espaciales. Es en todo caso sintomático que el CAIRP sea asociado con emisarios del demonio. ¿Habrá que santiguarse?


Pero... ¿hacia dónde vamos? ¿No será más que otra utopía? ¿Una nueva causa perdida? No. Deschavar las supercherías de la pseudociencia no sólo constituye una contribución concreta para promover el pensamiento racional. Aplicar el método científico para el estudio de las presuntas anomalías "marginadas por el establishment" que dan origen a gran parte de las creencias populares --sobre todo las realmente nocivas-- es una manera didáctica de enseñar a distinguir cuándo se hace ciencia y cuándo se apela al engaño para intentar convencer que es la ciencia la que avala el disparate de turno.


Al mismo tiempo, promocionar las virtudes del espíritu crítico forma parte de una visión global del mundo. Algunos perdigones disparados desde este flanco pueden crear la impresión de que nuestra propuesta invita a adoptar determinadas actitudes políticas. Pero después de todo, ¿estará mal asumir ese compromiso, máxime cuando sería deseable despojar a esta práctica de sus penosas connotaciones actuales y cargarla de contenido ético, expresión ésta que los "pragmáticos" de casi todas las banderas han declarado pasada de moda?


Vivimos en una sociedad devastada por un huracán de miseria que afecta a las grandes mayorías y se ha ensañado especialmente con el sistema educativo, hundido en el pantano del sálvese quién pueda. Interesarse en una de sus secuelas más graves, como lo es el naufragio de la educación, no es errar el tiro. La epidemia de lo irracional es una lacra corrosiva, y merece ser erradicada porque --aparte de restar inteligencia-- engendra creencias extremas que pueden derivar en cultos alienantes. Con alarmante frecuencia, aparecen sectas que empiezan intoxicando el psiquismo de la gente con cuatro o cinco afirmaciones tontas y terminan reformando completamente la personalidad del adepto. Sus doctrinas son inoculadas con un falso discurso transgresor que contiene elementos letales, el germen que conduce rápidamente a la autodestrucción de la persona.


Y así como la debacle económica genera desempleados que se hacen pasar por plomeros cuando ni siquiera saben cómo sostener un soldador, los cuentapropistas menos escrupulosos instalan consultorios para adivinar la suerte, interpretar el mensaje de los astros o se hacen llamar especialistas en control mental para parar la olla inculcando una filosofía de vida individualista en nombre de inciertas "terapias psicológicas". Quiérase o no, la sociedad es una suma de protagonismos interconectados. Por lo tanto, intentar hacer transparentes los actos humanos reñidos con honradez también es una forma de hacer política.


No, seguramente no: el CAIRP no sustituirá de un plumazo las pavadas del ocultismo institucionalizado instaurando las razones maduradas que proporciona la ciencia. El CAIRP, en definitiva, no es más que un grupo de mortales que apenas trata de ofrecer un puñado de certezas --eso sí, consistentes con el conocimiento científico establecido-- pero que no pontifica Verdades Reveladas que cautiven el interés de las masas. Tampoco propone "soluciones definitivas e inapelables", la "salvación de la humanidad del Apocalipsis" o mantras dogmáticos para que nuestros seguidores repitan como loros. Sin duda, la metodología de la ciencia no se parece en nada a ninguna de las opciones facilistas que deslumbran con sus atractivos títulos desde las estanterías de las librerías esoteristas.


Pero de algo estamos seguros: con el CAIRP se ha cubierto un vacío. Ya fueron muchos los desprevenidos que se cayeron a pique por la zanja que les cavó el pensamiento mágico. No sabían que habían ido a echarse una siestita sobre los molares de un animal feroz ni que serían víctimas de las dentelladas del macaneo, la superstición y el engaño. Por entonces no había nadie que diera la voz de alerta. Si desde las páginas de El Ojo Escéptico --y en suma, a través de la actividad del CAIRP-- conseguimos arrimar a la gente una información veraz y verificable sobre aquellos hechos cuya legitimidad nunca antes había puesto en duda, se habrá hecho bastante. Pero nunca lo suficiente: creer en la existencia de soluciones aisladas, marginadas del progreso conjunto de la sociedad, es otro ardid del pensamiento mágico.


Para dar una contrapartida válida a la chantología transvestida en ciencia, hace falta demostrar al público interesado en lo "inexplicado" que la ciencia ha aplicado y seguirá aplicando su método para investigar los supuestos fenómenos que dieron origen a muchas de esas disciplinas y que no había, ni habrá, conclusiones que ocultar. Lo que ocurre es que la historia, hasta ahora, fue contada al revés: justamente, los únicos interesados en que permanezcan en las sombras los auténticos hallazgos y las críticas científicas contra este cuerpo de creencias son los mercaderes de lo paranormal... quienes, por pura conveniencia, pretenden asociar a aquellos que ejercen el pensamiento reflexivo con un "poder" obstinado en ocultar "evidencias que ponen en aprietos a la Ciencia Oficial frente a nuevos paradigmas". Falso: en El Ojo Escéptico encontrará lo que usted siempre quiso saber sobre el ocultismo y nunca tuvo quién se lo respondiera. Con la salvedad de que le llamamos pseudociencia. Y aunque en nuestro staff existen unos cuantos ilusionistas preparados para desenmascarar el próximo fraude, a la hora del debate no acostumbramos guardar ninguna carta en la manga.


La recuperación de la racionalidad es otra de las tantas conquistas pendientes. Parafraseando una afortunada máxima de Jean Rostand, el cerebro que usamos para decidir si debemos creer o no en los dichos del charlatán de feria que, por ejemplo, intentará convencernos de las "pruebas científicas que respaldan a la reencarnación" es el mismo con el que resolvemos conflictos cotidianos, el mismo que funciona para ejercer con idoneidad nuestra profesión, el mismo con el que ponemos el voto en la urna.


Por último, que quede claro: no apostamos a ninguna causa perdida. Porque nadie apoya una causa justa a menos que valga la pena. Esta merece nuestro esfuerzo porque va en ella la inteligencia de una sociedad que lucha por sobrevivir del atraso y por defender libertades que --lejos de ampliarse-- se restringen cada día más. Otra vez, la sentencia es pertinente: el pueblo dócil es el más fácil de domesticar. Y para ejercer plenamente el derecho a disfrutar con creatividad de la libertad de pensamiento hay que conocer el reverso de la moneda. Después sólo resta emplear a fondo la racionalidad.


Y esa es la apuesta en la que estamos anotados.