LOS CONSPIRADORES DE ACUARIO Y LAS PROMESAS DE LA NUEVA ERA Alejandro Agostinelli El sectarismo que rinde culto a los platillos voladores se integra conla cultura que encarna la "Edad de Acuario". Partiendo de esa comprobación, el autor preparó el presente ensayo, que posiblemente sea el primer capítulo de un libro dedicado al movimiento platillista. Además de describir el contexto social en el que se desenvuelven los profetas del nuevo milenarismo, el autor deja asentadas varias advertencias, con la convicción de que nunca es demasiado tarde para evitar que la gente se siga dejando embrujar por la perniciosa influencia del mito. Para encontrar una definición precisa y uniforme de aquello que recorre el mundo con el nombre de New Age (o Nueva Era), nadie debería hacer demasiado caso a las frases que pronuncian los autores que responden a sus líneas maestras. Cada promotor de la temática hace interpretaciones personalísimas --y por lo tanto, altamente subjetivas-- de lo que por ella entienden. Es que las disciplinas que convergen en este movimiento son tantas y ofrecen propuestas tan surtidas que el término que ha pretendido envolverlas con su cada vez más elástico manto es, por lo menos, amorfo. Pero apenas se descubre el velo de opiniones, actitudes y encantos que la Nueva Era suscita --y, sobre todo, al cabo de una primera ojeada de sus proyecciones sociales-- emerge el viejo modelo de pensamiento ocultista. Y si bien el mejor perfil de los acuarianos permanece oculto tras una penumbra espiritualista/milenarista, los aromas de la modernidad le facilitan el acceso a las corrientes culturales que capean ahora, con el fin del milenio. En realidad, el contenido autorreferencial del discurso de quienes afirman estar por alcanzar la anhelada "Edad de Acuario" no es fácil de circunscribir a causa de una de sus princi-pales características: es algo extremadamente "vago y omnicomprensivo"(1). Para el neo-profeta David Spangler, por ejemplo, "se trata de las condiciones que emergen cuando vivo la vida de un modo creativo, potente y apasionado". Marylin Ferguson, por su parte, relaciona la New Age con los "nuevos paradigmas [Kuhn dixit] que están emergiendo en todos los campos del saber humano, radicalmente distintos de los paradigmas precedentes". Sin embargo, las respuestas más refrescantes sobre el verdadero significado de esta "nueva" moda son las que se perciben entre las actitudes de sus propios consumidores. A ellos se los puede encontrar contratando los servicios de un chamán (elegante neologismo para designar a sus ancestros los brujos) para desencantar una casa poseída por un duende travieso, pero también en el mundo empresario: se cuentan por miles los jefes de personal que --imbuídos en el espíritu de la Nueva Era-- antes de conversar con el aspirante al cargo, revisan su carta natal para no perder el tiempo con un taurino que, cuando pueda, no dudará en clavarle un puñal por la espalda (2). En un congreso sobre el tema usted verá desde el cadete que se hizo la rata hasta el empinado gerente de una empresa pujante, acompañado por una aplomada secretaria de look desteñido que en sus horas de ocio "estudia" control mental. Desde el jubilado esperando que le den algo que comer hasta el senador nacional que ese mismo día no hizo quorum, sin importarle que había que votar un decreto que le hubiera permitido al mismo jubilado acariciar la utopía de llegar a fin de mes. Mientras los adeptos que pertenecen a las clases populares asisten a cursos o conferencias con la ilusión de que le anuncien que en su próxima vida encarnará en un sujeto más afortunado, hay poderosos industriales que envían a sus ejecutivos a convertirse en guerreros. Con la santa convicción de ayudar a sus cuadros a que incorporen en sus mentes estados de conciencia elevados --gracias los cuales aprenderán a dirigir con soltura una gerencia comercial-- son lanzados en paracaídas en plena selva virgen o terminan enterrados en una cueva hasta que llegue el espíritu del vudú, los contagie de la energía necesaria y los anime a superar el obstáculo. El fenómeno de la conspiración acuariana se ha extendido en todo el territorio de los Estados Unidos para luego --en un abrir y cerrar del Tercer Ojo -- invadir el resto del mundo. Según las encuestas, el 67% de los yanquis desea tener experiencias paranormales, el 47% afirma haber estado al menos una vez en contacto con un espíritu y el 25% cree en la reencarnación. Ese es el público de la New Age. Los que pasaron de la curiosidad a la militancia --es decir, los newagers-- se entrenan en asuntos tales como control mental, astrología, videncia, numerología, técnicas de supervivencia, tarot, yoga, religiones exóticas (hindú, tibetana, china, maya, céltica, japonesa, etc.), artes marciales, hipnosis, autoconocimiento, desarrollo de la percepción extrasensorial, rebirthing (renacimiento), ovnis y contactos con "seres espirituales o superiores" (canalización o channeling [ex-espiritismo]), técnicas de hiperventilación, aikido, psicología transpersonal (terapia de vidas pasadas [reencarnación]) y jungiana, gimnasios de la mente (megabrain), chamanismo, magia blanca, cristales de poder, visualización creativa, autocuración, consejeros psíquicos... Perdón, pero razones de espacio impiden seguir con una larga cadena de etcéteras. El renacimiento de la contracultura Aunque suene contradictorio, la cultura de la Nueva Era no constituye ninguna novedad. Para no entrar en el remoto origen de las supersticiones ocultistas, digamos que el movimiento beatnik --cuyo origen inmediato se remonta a 1962-- también enarbolaba las banderas de la toma de una conciencia planetaria y se manifestaba en contra de la opresión ejercida por las instituciones establecidas. En este sentido, las movilizaciones estudiantiles del ’68 proponían una metodología de protesta imaginativa, que le faltaba el respeto a un poder atemorizado por la fuerza transgresora de la juventud de su tiempo. Revoluciones libertarias como las del mayo francés tampoco hubieran sido posibles sin el aliento de movimientos como el hippie, que glorificaba la protección de la naturaleza, el amor libre, la paz mundial y los derechos de las minorías. Mientras Allen Ginsberg, Timothy Leary y Alan Watts entonaban invocaciones hindúes, 20 mil pelilargos se congregaban en San Francisco para recibir a la Era de Acuario, donde suscribirían el manifiesto que advertía: "Cuidado con los líderes, con los héroes, con los organizadores (...) No interesa que el líder sea bueno o malo: el liderazgo es malo per- se. El medio es el mensaje, y el mensaje es Vietnam. Los campos de concentración. La Gran Sociedad. Los motivos en Haight Street..." Citaban a Marshall Mc Luhan, quien a su vez explicaba, dos años antes que Armstrong pusiera su pesada y sin embargo leve bota sobre la superficie lunar: "El viaje interior, vía marihuana, es una nueva respuesta a la era electrónica (...) Durante siglos, el hombre ha realizado viajes exteriores, al estilo de Colón: ahora se ha vuelto hacia adentro"(3). Con todo, la piedra filosofal del momento era hallar la clave que reuniera, en una síntesis magistral, las filosofías orientales con las occidentales. Por aquella época se iniciaba la importación de una serie de ideas y valores asiáticos que --como el Budismo Zen, la Meditación Trascendental, el Yoga y la Macrobiótica-- fraguarían en la contracultura del underground. Sin embargo, tras una aparente disgregación en el curso de las luchas políticas de los años ’70, sentaron las bases para el asentamiento de sectas y credos seculares. Esa edad de oro, mediatizada por una experiencia que dice abjurar de los mecenazgos, es el espejo en el que creen reflejarse los newagers. Pero hoy todos somos posmo. Bajo el mismo rótulo, y al abrigo de algunas ventajas tecnológicas que antes estaban al alcance de unos pocos, entre fines de los ’70 y albores de los ’80, comenzaron a resurgir las comunidades ecológicas y conservacionistas, las artes adivinatorias, el reencuentro con las antiguas tradiciones sagradas, el arte planetario, la psicología transpersonal y las técnicas de autoconocimiento, entre otras mal llamadas "ciencias alternativas" o "de apertura" que, con sus claroscuros --auque menos claros que oscuros--, fueron sembrando el itinerario de los favorecedores de la Nueva Era. Si bien las reivindicaciones pacifistas que habían tratado de imponer los jovenes del ’60 volvieron a ser enarboladas, el entusiasmo pronto cayó en picada frente a la práxis realista (y el auge esotérico) del reflujo posmoderno (4). Sin duda, el verdadero boom lo constituye el atractivo que el neo-renacimiento encarnado por la Edad de Acuario comenzó a ejercer entre los cuadros dirigentes. En los Estados Unidos, por ejemplo, la hasta no hace mucho prestigiosa Business School de la Universidad de Stanford cuenta con un plantel de conspiradores --llamados por sus enemigos "600 dólares la visita"-- que todos los años dictan un curso de creatividad en los negocios, que no es más que una mezcla de yoga, meditación trascendental y tarot. El profesor Michael Ray, que antes enseñaba marketing, ahora es el satisfecho gurú de los futuros yuppies de la ciudad. Otra agencia de importancia que ofrece prestaciones similares es el Cosmic Contact Services, que cuenta en sus filas con sesenta mediums y astrólogos que dan seminarios, presentan shows y organizan viajes espirituales en grupos reducidos al Brasil, Perú o Egipto. Centenares de agencias, miniempresas y hasta verdaderos emporios se multiplican en todo el mundo invocando postulados parecidos. En la Argentina, los acuarianos han empezado a apoderarse de los institutos de enseñanza privados, tanto primarios (como la Escuela Siglo Nuevo [5]) como secundarios. El programa de estudios del colegio bachiller Santa María del Buen Aire, por ejemplo, incluye entre sus materias "técnicas de control mental, respiración y relajación aplicadas al estudio"(6). Este movimiento, incluyendo a su amarillismo estructural --los consumidores de la cultura acuariana se limitan a hablar de "desviaciones mercantilistas"--, sigue las huellas de la marcha emprendida por la misma generación que conserva indeleble el recuerdo de las luchas contestatarias libradas en los sesenta contra el establishment socio-cultural sesentista y que ahora --cada vez más cerca del siglo XXI-- hace un reciclaje de aquellas viejas conquistas humanistas para acomodarse a un tiempo signado por la computadora y los viajes espaciales. De regreso al cántaro de una indagación milenaria, persigue una vuelta a la interioridad del ser humano que --a causa de su visceral sed de trascendencia espiritual-- no teme beberse de un sorbo las aguas turbias del ocultismo para alcanzar promisorios --aunque irremediablemente inalcanzables-- conocimientos planetarios. No en vano, la edad del fantasma que ocupa el cuerpo de los peregrinos de estas rutas mágicas parece ser la de los cuarentones que disfrutaron en vivo el ritmo de la beatlemanía y las enseñanzas de Don Juan según Carlos Castaneda, unos de los grandes mitos de aquella época, cuyas macanas fueron brillantemente exorcizadas por un verdadero antropólogo, Marvin Harris, en su ensayo Vacas, cerdos, guerras y brujas (7). La manifiesta amoralidad del improbable chamán mexicano, en el análisis de Harris, muestra a las claras que la filosofía de la contracultura esconde un falso discurso transgresor. ¿Tiene sentido preguntarse por la veracidad de una historia, si ésta, en el fondo, nos ofrece un mensaje auspicioso? En todo caso --como observa el mismo Harris-- estas ideas producen una gran fascinación, "pero no pueden hacer sino una contribución imaginaria a la elevación de nuestra sensibilidad moral"(8). Las brujas han abandonado sus escobas voladoras porque son ineficaces para atravesar el hiperespacio. Ahora vuelan en unas naves en forma de platillo y suelen ser bastante más amigables. La falta de perspectiva histórica que tienen algunos autores para notar el continnum que desnuda el origen cultural que determina el surgimiento de este tipo de creencias, asusta. Desconcierta aún más que las afirmaciones menos razonables --para no entrar en otro tipo de calificativos-- a menudo provengan de gente presuntamente inteligente. Paradójicamente, gran parte de los intelectuales que defienden la ideología del "movimiento sin nombre" (aunque como vimos, detenta varios) pretenden justificarse con una jerga oscura que han bautizado "posmarxista". Adhiriendo a sus principios, no sólo le hacen el caldo gordo a la insolidaridad y al individualismo, sino que además le niegan todo valor al pensamiento científico como agente de cambio. Este argumento aparece reforzado si se dan por ciertos los rumores que descienden de los delatores de siempre: no serían pocos los santones que cargan con un pasado izquierdista o hippie, reconvertidos al uso newager con ropas negras (para repeler las malas vibraciones) y que, por un buen manojo de billetes verdes, están encantados de dar clases de armonía espiritual a yuppies con el alma estresada (9). El idioma de la New Age El discurso de la Era de Acuario cabalga sobre tres palabras clave: Cuerpo, Mente y Espíritu. Aunque pueda parecer la muletilla con la que se autodefiniría una orden esotérica del montón (o el eslogan de una academia de gimnasia), éstas y otras palabras mágicas son parte de un voluminoso diccionario que contiene desde términos populares procedentes de artes y disciplinas de viejo cuño hasta neologismos que siguen definiendo a las últimas pero con el añadido de ligeras variantes "tecnificadas". El peculiar lenguaje que dulcifica esta forma de ver el mundo es propiedad de un número creciente de individuos. En ocasiones, recuerda al vocabulario hermético de los sectarios, hecha la salvedad de que muchos de sus partidarios no pertenece (aclaremos: no necesariamente) a una secta religiosa. Cual romance de final del siglo XX, el abecedario de la New Age es deletreado por quienes tratan de explicar algo que es inmanente a la sensibilidad humana pero que por lo demás --anclado como está en los laberintos más arcaicos del pensamiento humano-- no tiene más pruebas a su favor que la creencia en cualquier superstición, deidad o revelación mística. Inexorablemente ligado a los aspectos religiosos, espirituales y mesiánicos del hombre, el movimiento pontifica que pretende establecer "relaciones no convencionales entre el cuerpo y la naturaleza, entre la conciencia individual y el significado existencial de la persona, insertada en una sociedad". Luis Guzmán Castellano --presidente de la Fundación Libre, una entidad que se presenta como "educativa", que también se hace eco de la onda acuariana pero que según algunos se trata de una secta hermética de características peligrosas-- asegura que "hay que relativizar la importancia del pensamiento racional" porque también existe "una forma analógica, es decir poética, que utiliza metáforas y parábolas". A filosofía barata, zapatos de goma (Charly García dixit). No llores por mí, Marylín La sacerdotisa indiscutida del movimiento es Marylin Ferguson, una escritora que en 1980 publicó un título que habría de convertirse en best-seller mundial: La Conspiración de Acuario. En el primer editorial de Brain/Mind, el boletín que dirige, dio una definición del "movimiento sin nombre" que resonó en los ambientes esotéricos norteamericanos no como una iniciativa del más allá sino como una profecía terrenal que que cada uno debería tratar de cumplir lo mejor que pudiera: "Algo se está moviendo a una velocidad vertiginosa. Algo que no tiene nombre y que escapa a todo intento de descripción... En pocos años, ha contaminado la medicina, la educación, las ciencias sociales, las ciencias exactas e incluso al Gobierno y todo lo que implica. Se caracteriza por operar a través de organizaciones fluídas, opuestas a todo dogma, y que se resisten a crear estructuras jerárquicas. Se guían por el principio de que el cambio sólo puede ser facilitado, nunca decretado. Es parco en manifiestos. Parece dirigirse a algo muy antiguo, presente en todo y en todos. Y tal vez, al tratar de integrar la magia y la ciencia, el arte y la tecnología, consiga triunfar donde hasta ahora todos los empeños habían fracasado" (10). Aún cuando la Ferguson, ya desde su primer libro, apelaba a una integración de las creencias mágicas con la ciencia, lo cierto es que ese regreso al mundo interior, en el fondo, se inscribía en una tendencia generalizada de escape fanático de la racionalidad. Justo cuando el sentido común --más que nunca, el menos común de los sentidos-- también emprendía la fuga entre las esclerosadas endijas de los sistemas educativos. Prueba de esto es la aparición en escena de personajes populares que garantizaban la estridencia necesaria para que sus productos puedan ser convertidos, por empresas casi siempre ligadas al mundo de los medios masivos de difusión, en un bocado apetitoso. Una de las perras de presa fue la actriz Shirley McLaine, que no tardó en transvestirse en el nuevo oráculo ambulante de la Nueva Era. Entregada casi por completo a la palabra de sus vidas anteriores, la celebridad, en verdad, no solía tener opiniones propias: quien hablaba por ella era, en general, un ente espiritual que, utilizando sus órganos de fonación, se encargaba de responder Todas las Preguntas del Universo... algunas de las cuales improvisaba a pedido del distinguido público. Para algunos, el liderazgo encarnado por la actriz --incluso hoy, cuando ha anunciado a tambor batiente su retirada (11)-- pareció sembrar de impurezas el camino señalado por los ideólogos originales de la ya engripada conspiración acuariana. El estornudo estuvo a cargo de la misma Marylin Ferguson, quien, durante una conferencia "por la Unidad Humana" en 1981 en Vancouver, intentó aclarar, no sin esfuerzo, cuáles son las diferencias que separan a ese movimiento tanto de las corrientes espiritualistas tradicionales como de las agrupaciones políticas; en especial, qué era lo que distinguía la Nueva Era de las creencias religiosas regenteadas por los gurúes sectarios o de las ideologías más o menos románticas de los líderes carismáticos que cada tanto asomaban desde la periferia del partido Demócrata. "La mayoría de las revoluciones del pasado --afirmó-- involucraban a alguien comprando una ideología y diciendo: ‘Bueno, muchachos, hagan lo que yo les digo’. Pero ahora mismo hay una especie de despertar de la gente, donde nadie trata de vender su filosofía personal a los demás sino que procura potenciarlos para que también despierten". Sin embargo, la Ferguson no pudo ocultar algunos rasgos de coquetería semántica, para no hablar de lisa y llana demagogia: en la proclama del congreso canadiense terminó con una de esas reiteraciones que suelen aburrir durante los discursos políticos: "Las conspiraciones se forman para tomar el poder --recalcó--; y ésta, en cambio, es una conspiración para regalarlo" (12). A propósito del síndrome de la confabulación que recorre como una plaga de langostas la geografía de América del Norte, Carl Sagan, en su obra Los Dragones del Edén, hizo una observación que obliga una lectura atenta a quien vea en éste a un fenómeno cultural sospechosamente emparentado con el way of life norteamericano: "Creer en la existencia de una conspiración cuando no la hay es un síntoma de paranoia. Detectarla cuando existe realmente es una prueba de salud mental. En Estados Unidos, si no estás un poco paranoico es síntoma de que andás mal de la cabeza..." Por una de esas paradojas tan comunes en el siglo de la aldea global, este movimiento --que decía apropiarse de conocimientos populares ancestrales para dar una respuesta "alternativa" a los que ofrece la sociedad de consumo-- sólo fue logrando arraigarse a expensas del consumismo proporcionado por el mismo sistema social que no dudaba en criticar. En otras palabras: todos somos amateurs, under o santos inocentes hasta que no te ofrecen algunos dólares a cambio... Pero, claro, ésto será "a cambio de amplificar" --nunca debe decirse vender-- el producto (que también es el mensaje) que antes sólo podían disfrutar cuatro gatos locos. Supermercados del espíritu Desde mediados de los años ’70, y con la aparición en el mercado de millares de títulos, sus guionistas fueron dibujando el contorno de una Nueva Conciencia que requirió del auxilio de un colorido rosario de objetos fronterizos, con cualidades que oscilan entre la tramposa ostentación tecnológica y la brujería: artefactos de cuarzo, péndulos, talismanes magnéticos, acumuladores energéticos, discos y casetes con música de la New Age, cámaras kirlian, anteojos ostroboscópicos, videos, presuntos estimulantes naturales, cartas de tarot, toda clase de equipos para mantener en estado atlético el Sistema Cuerpo-Mente del usuario y miles de libros que se transformarían en best-sellers permanentes, como los de Shirley MacLaine, Carlos Castaneda, Lobsang Rampa o Saint Germain. Aparte del consabido cotillón, el supermercado panesotérico comenzó a extenderse a cursos por correspondencia, conferencias, encuentros regionales e internacionales, psicoterapias de integración cósmica, sesiones de masaje mental con megabrain o sincroenergizadores, cámaras de aislamiento, vacaciones saludables en centros Nueva Era localizados en exóticas regiones del Tercer Mundo (o lo que queda de él) y un largo collar de etcéteras formado por pequeñas perlas hechas del mismo material (casi siempre berreta). Sin embargo, a pesar del tan cacareado boom, no son pocos los que opinan que la ola de la Nueva Era constituye otra moda pasajera, que habrá de desmoronarse como un castillo de naipes tan pronto empiecen a temblar sus puntos de sustentación y caiga sepultada bajo el peso de los mitos que fue recreando en el curso de su desenfrenada carrera hacia... ¿hacia dónde? "La respuesta a esta pregunta le está reservada a unos pocos. Para conocerla, deberás ser uno de los nuestros". Esta frase publicitaria --típica del movimiento-- es la misma que podría utilizar una tarjeta de crédito o cualquier secta milenarista. Como todo el mundo sabe, pertenecer tiene sus privilegios. Pero la cuenta no es abierta y la tarjeta, en el reverso, tiene fecha de vencimiento. Es que ni siquiera el diagnóstico de los más optimistas parece demasiado prometedor. El acuarianismo ya habría preparado, en su propia salsa, el postre con el que se despediría de la última cena del milenio: la masividad que ha caracterizado al movimiento en los pasados cinco años --etapa en la que los negocios New Age, nada más que en los Estados Unidos, llegaron triplicarse hasta llegar a 5.000-- hace pensar, tanto a sociólogos como a editores, que la marea publicitaria ha saturado el mercado con matices tan heterogéneos que la conspiración posiblemente desemboque en una laguna cuyo agotamiento será irreversible y a la cual sólo se podrá retornar gracias a un milagro de igual magnitud. Lo que sí se puede prever es que, tanto si vuelve o si se queda, al menos no lo hará con la misma cédula de identidad. Las estadísticas más recientes, sin embargo, parecen evocar otra canción, más cerca del Om de los mantras orientales que de El Decálogo racionalista de Bertrand Russell. La revista New Age --portavoz del movimiento en los Estados Unidos-- ha superado el millón de lectores. En 1990, la tirada de las publicaciones europeas que dedican la mayor parte de su contenido a la temática de la Conspiración comenzaron a rondar cifras de venta cercanas a los 500 mil ejemplares. Una de las casas editoras más fuertes de los Estados Unidos --la Bantam Books-- informó que los títulos sobre la cuestión aumentaron diez veces en la última década. El editor de la Bantam, Toni Burbank --otro cuadro newager-- no oculta su satisfacción: "El movimiento intenta conseguir que la gente sea mejor, viviendo en un mundo mejor y más creativo". El programa para la televisión basado en el libro El Poder del Mito --escrito por Joseph Campbell y Bill Moyers, dos acuarianos de la primera hora-- tuvo una audiencia de 35 millones de telespectadores, y la versión en video liquidó 100 mil casetes. Por su parte, la empresa discográfica Earth Sounds --que basó su idea en los Murmullos de la Tierra pensados por Carl Sagan para el disco que espera ser activado por los primeros extraterrestres que ingresen en la sonda Voyager-- ha facturado 2 millones de dólares anuales por la venta de compact-disc y casetes con una selección de "los sonidos más hermosos del planeta". Mientras tanto, Miguel Grinberg, quien introdujo el concepto de conciencia planetaria en la Argentina de los ochenta a través de la olvidada pero pionera revista Mutantia (13), se consuela --descontando que la muerte del racionalismo será la panacea que anuncie un final de siglo mejor-- afirmando, en una reciente entrevista que concedió a la revista dominical de Clarín, que aquellos que lucran con el fenómeno "contribuyen involuntariamente a popularizar una serie de realidades inmateriales en el cuerpo colectivo de la sociedad". Grinberg no explicó cuales son los beneficios que se pueden extraer fomentando la creencia en aquellas "realidades" que no se pueden ver, oir, oler, palpar, gustar o sentir. Para el gran ecologista criollo es bueno que se difundan las ventajas de la ausencia. ¿Qué propone Grinberg? ¿Sumarse a la exquisita filosofía de los fantasmas o que el cuerpo colectivo se disuelva en el vacío existencial? En cuanto a los polos de influencia ideológica de aquello que hoy se entiende en la Argentina por Nueva Era, las palmas se las lleva Editorial Agedit, empresa que hizo punta con la revista Uno Mismo y que ahora embiste con Sin Límites., "Un encuentro de la Ciencia con el Hombre"(14). El título de esta última publicación se ajusta maravillosamente a una frase del genial periodista de la revista Humor, Aquiles Fabregat, cuando cerraba sus artículos dedicados a las supercherías cotidianas (15). Hoy, dos nuevas publicaciones tratan de seguir el derrotero acuariano pero --curiosamente-- sin comprometerse en exceso con la expresión Nueva Era, un sello de fábrica que corre el riesgo de resultar perecedero (16). El lado dark de la New Age Los herejes que reniegan del movimiento están seguros de que la Nueva Era no es más que una bolsa de gatos cuyo único mérito ha consistido en aglutinar a gurués, videntes, manosantas & true believers que --previo batido de misticismo y pseudociencia, más unas cucharaditas de charlatanería y esnobismo-- consiguieron mejorar su situación personal a partir del abuso de la credulidad popular. Desde la llegada de la Nueva Era, los escépticos --como se sabe, optimistas cada muerte de obispo-- parecen estar levemente agradecidos al tener a los enemigos de la ciencia en la misma esquina del ring. Para algunos agoreros, el pico de venta de obras debidas a la pluma de los newagers ya alcanzaron su tope histórico y aseguran, muy orondos, estar en los preparativos de su sepelio. Sin dejar de denunciar que las principales disciplinas que nutren a los newagers carecen de mayor asidero científico, la oposición racionalista que se encomendó a sí misma la misión de hacerles frente, en seguida hizo correr la voz de alerta a fin de poner en evidencia que pastiches esotéricos como los que reciclan la corte de adulones de Shirley MacLaine, jamás podrían sentar las bases de una transformación social o cultural ya no digamos seria sino ni tan siquiera benévola. En su edición del verano del ’90, The Skeptical Inquirer, la revista oficial del Comité para la Investigación Científica de Supuestos Fenómenos Paranormales (CSICOP), juró sobre un ejemplar de su propia publicación que no hacía falta declararse clarividente para pronosticar el inminente derrumbe del monumental castillo de cartas (de Tarot, of course) que construyeron los Conspiradores de Acuario. Los refutadores del Norte parecen jugarse por completo a una sola baraja: tras un sondeo que efectuaron entre editores del ramo, llegaron a la conclusión de que probablemente, en los años venideros, los libreros se verán obligados a suprimir la sección Nueva Era para regresar los volumenes a la más sincera rúbrica ocultismo, de donde --dicen y decimos-- nunca debieron salir. Ése sería el naipe que, si se lo retira, podría provocar la instantánea caída del castillo. Jeremy Tarcher, uno de los empresarios que supo visualizar antes que nadie los jirones de oro que se podían arañar del movimiento, escribió en noviembre del ’89 un artículo titulado El fin de la Nueva Era. En la nota, que reproduce un semanario especializado de la industria editorial y que cita The Skeptical, reconoce que durante la década que acaba de concluir la explotación de la temática "tal vez (sic) fue demasiado abusiva", dejando pocas cosas diferentes por decir. "Cocinamos el pollo de la New Age según 1.001 recetas, cosa que irá incrementando nuestras dificultades para llegar al público con recetas nuevas, más frescas y estimulantes". Otros editores que también supieron engancharse como chinchorros del carro acuariano siguen buscando términos de recambio para definir la misma cosa. "Cambio Global", "Nueva Gaia", "Tercer Milenio", "Conciencia Planetaria", "Edad Cósmica", "Era de la Conciencia" son algunos de los nombres que proliferan, sin originalidad y vacíos de propuestas que apuesten a mejorar el rótulo del precursor(17). Sencillamente, los empresarios ya comienzan a conformarse en poner el acento sobre alguno de los aspectos colaterales de la Vieja Nueva Era. Pero... ¿hay algo que garantice la subsistencia del mismo sistema de creencias con una nueva etiqueta? "Los santuarios de superstición que se anidan en el cerebro de la especie permanecen inalterables y lo que eventualmente cambiará, es el envase" --dice The Skeptical, sin mucha confianza en el triunfo de la razón. La misma revista científica vaticina que la tendencia más reciente permite aseverar --en un gesto de certidumbre quizá poco racionalista, pero que los hay, los hay-- que las performances que cubrirá en los Estados Unidos un próximo estadio de la New Age, estarán sin duda relacionadas con la salud holística, la mitología (sobre todo aquella que tiene como fuente de inspiración a las deidades femeninas que adornan el panteón de las religiones norteamericanas nativas), los programas de recuperación (que abarcan desde tratamientos contra adicciones como el alcohol, el tabaco, las disfunciones sexuales, las drogas, las anfetaminas hasta... el uso compulsivo de las tarjetas de crédito) y las técnicas de visualización creativa. Esta última denominación --que parece plagiada de un manual de marketing-- dio buenos resultados: la literatura newager más reciente ha consiguido masivos records de venta utilizando en sus títulos palabras como creatividad y poder. Sin duda, se trata de las dos expresiones más poderosas que circulan en los Estados Unidos de la pos-posmodernidad. Los detractores dicen que la prédica de la tumultuosa conspiración, entre otras cosas, forma parte de un gran golpe comercial, dirigido a debilitar las defensas del sentido común, con el inconfesado propósito de fundar una religión sin religión y que --con la venia de la economía de mercado y del culto al consumismo-- está proporcionando una rentable salida a la colosal producción de objetos sagrados con puntos de venta que --antes de la New Age-- no estaban apadrinados por ningún eslogan que los cohesionara. De dar por cierta esta posibilidad, habrá que admitir que las bases que garantizaron el éxito del lanzamiento tuvo raíces bien implantadas: la vasta constelación de creencias aún vigentes con una aceptación popular más o menos masiva (como la astrología, el I Ching, el Tarot, la alimentación exclusivamente vegetariana, la parapsicología, la meditación trascendental, el curanderismo, la medicina "holística" o alternativa (¿alternativa a qué? ¿a la científica, acaso?), el culto a los ovnis, etc.) ya contaban con una franja de adeptos entre las clases medias y populares convenientemente asegurada. Sólo había que imprimirles un sello distintivo, que jerarquizara su presentación y alguna de sus cualidades intrínsecas para que, además, lleguen a transformarse en bocado apetecible para los sectores con mayores ingresos. El horóscopo de los conspiradores La contracultura subterránea liderada por el movimiento hippie en los dorados sesenta, exploraba la experiencia humana a partir de una legítima búsqueda de canales pacíficos de protesta. En el frente externo, su esencia contestataria entró en decadencia cuando comenzó a ser asimilada por la cultura oficial, cayó presionada bajo la tutela de la industria publicitaria y los medios de difusión, para terminar triturada por los engranajes del consumismo masivo. En el frente interno, el movimiento hippie --que favoreció la entrada en América de las religiones orientales-- fue devorado por sus propios hijos: un sinfín de sectas (entre las más poderosas y hard, los Hare Krishna y Meditación Trascendental) fueron consumiendo a los muchachos de pelo largo bajo el peso de una mística que les hizo despegar los pies de la tierra (y no precisamente gracias a la levitación), provocando el derrumbe de los postulados humanistas y antiautoritarios más nobles sustentados por el hippismo. Por su lado, el planteo original de los partidarios de la Nueva Era mantenía una actitud en apariencia positiva frente al mundo: defensa al ambiente inmediato ante la necesidad de proteger el equilibrio ecológico y lanzando una propuesta ecléctica en cuanto a sus dogmas: su religiosidad no requería de sacerdotes que funcionaran como intermediarios entre el hombre y la divinidad. Sin embargo, el horizonte ya había amanecido cercado por los nubarrones de la fantasía: la esperanzada apuesta hecha en favor de un cambio de mentalidad socio-ecológica se diluyó bajo la fuerza de las exigencias que imponen las leyes del mercado. El propio universalismo que reivindicaba su credo abrió las puertas de par en par a las sectas destructivas que --parapetadas en el emblema de Acuario-- se apropiaron del discurso newager y luego, sin que nadie dé la voz de alerta, comenzaron a llevarse a los incautos a sus molinos de viento, que no eran los del Quijote sino aquellos que vienen con reforma de pensamiento y ruptura definitiva de vínculos afectivos incluídos. Así como la movida de los hippies terminó en una moda muy bien digerida por los jugos gástricos de los grandes poderes económicos, los estertores noventistas de la Nueva Era últimamente exhiben a la cultura de la chantología como exclusiva --omitimos el "casi" porque las excepciones son tan débiles que ya no cuentan-- carta de presentación. La maquinaria que domesticó a las huestes de Allen Ginsberg, como para que no quepan dudas, llegó a colocar a los antiguos líderes del hippismo en los niveles de dirección de Wall Street y los hizo protagonizar papeles patéticos (como el de Jerry Rubin, que acabó promocionando tarjetas de crédito en una olvidable tanda comercial). Si bien algunos newagers de base todavía pretenden retomar las riendas primigenias, los mass media y la publicidad difícilmente se ocupen de mostrar otra cosa que no sea la fatal oleada de irracionalismo que también le dio el empujoncito que terminó desbarrancando a muchos fans del Flower Power. Ahora --que el horóscopo de los conspiradores de Acuario anuncia mala suerte en los negocios-- parece que habrá que esperar un par de años para ver si se cumplen las profecías racionalistas de los detractores. Si esto no sucede, como lo predijo André Malraux, "el siglo XXI será espiritual o no será". Y los vaticinios... siempre pueden fallar. REFERENCIAS 1 En las justas palabras que utilizó el investigador Massimo Introvigne en su obra Il Capello del Mago - I nuovi movimenti magici, dallo Spiritismo al satanismo, Sugarco Edizioni, Milano, 1990, pp. 101. 2 Como si ya no hubiera suficientes problemas en el mundo, ha quedado inaugurada --como bien advirtió el español Félix Ares de Blas, presidente de Alternativa Racional a la Pseudociencia-- la "discriminación astral". 3 Harris, Marvin; Vacas, cerdos, guerras y brujas, Alianza Editorial, Madrid, 1990. Allí Harris hace una excelente caracterización sobre el nexo existente entre los estimulantes y la contracultura: "Las drogas psicodélicas son útiles porque permiten que las relaciones ‘ilógicas’ parezcan ‘perfectamente naturales’. Son buenas porque, como dice Reich, hacen ‘irreal lo que la sociedad toma más en serio: los horarios, las conexiones racionales, la competencia, la cólera, la autoridad, la propiedad privada, la ley, el status, la supremacía del Estado...’". 4 En nuestro país, uno de los rarísimos lugares donde todavía se mantienen altas (en realidad, a media asta) las banderas del primitivo acuarianismo es El Bolsón, provincia de Río Negro. Esto es comprensible porque se trata del reducto por excelencia de los sobrevivientes del hippismo. La media asta se explica porque en el curso de los últimos años ha sido invadido por grupos nuevaeristas de la urbe que --en nombre de los principios "aggiornados" del movimiento-- han introducido bazofia ocultista al por mayor en las otrora reposadas comunidades autogestionadas. El 4 de octubre de 1990, por ejemplo, se realizó una "jornada internacional" bajo la consigna Reencuentro para la Nueva Era. Así, el asentamiento recibió más de un millar de filonewagers. A cargo de la organización estuvieron notorias sectas peligrosas, tales como Gnosis y Aldea del Sol Naciente y los ya tradicionales cultos posespiritistas Yo Soy (devotos de Saint Germain) y Centro para el Hombre Nuevo (Alfa) (platillista). 5 Pedrotti, Benjamín Santos; "Volver al pasado", en El Ojo Escéptico Vol 1. Nº 2, julio de 1991, pp. 4. 6 Según consta en carta circular, fechada en noviembre de 1991, que lleva la firma de su Directora General, Prof. Martha Lía Pellegrini de Taubenschlag. Para un análisis crítico del tema véase de Borgo, Alejandro; "Control Mental, la falaz promesa de una superstición tecnificada" en El Ojo Escéptico Vol 1. Nº 2, julio de 1991, pp. 2-4. 7 Op. cit. Ver cap. "El retorno de las brujas", pp. 208-221. 8 Idem, pp. 216. 9 Billote, Louise; "Izquierda y espiritualidad", en Mutantia Nº 2, set-oct. 1980, pp. 39-41 10 Ferguson, Marilyn; "La Conspiración de Acuario", en Mutantia Nº 2, set-oct. 1980, pp. 54-62. 11 "Shirley McLaine ha dejado de ser gurú", en Año Cero Nº 5, diciembre 1990, pp. 25. La revista reproduce declaraciones de su representante, Dale Olsen, quien le aconsejó a Shirley abandonar el movimiento porque "ha perjudicado seriamente su imagen pública". 12 Ferguson, Marilyn; "La Conspiración Acuariana" en Mutantia Nº 10, enero de 1982, pp. 124-125. 13 En honor a la verdad, de una calidad testimonial muy superior a cualquiera de cuantas le sucedieron. 14 Visite su kiosquero amigo y repase a vuelo de pájaro el contenido de sus anuncios --de los artículos mejor ni hablemos. Constituye una excelente manera de confirmar buena parte de lo que estamos comentando. Como siempre, la mención a la "Ciencia" (fíjese que casi siempre va en mayúscula, grandilocuencia que ha resultado ser una buena clave de autodeschave entre los pseudocientíficos) funciona como una trampa engaña bobos. Según declaran las malas lenguas de siempre, los propietarios de Agedit --amén de astutos comerciantes-- serían seguidores del hábil "mesías" hindú Sai Baba. 15 Como nos debemos a nuestro público, vamos a recordarla:"La inteligencia humana, queridos lectores, es limitada, pero la estupidez no tiene limites". 16 Nos referimos a revistas como Más allá de la ciencia (Compañía Española de Ediciones) y Misterios, (Editorial Atlántida). Ambas abordan la temática nuevaeriana, pero, tratándose de revistas comerciales, no siguen una línea ideológica que vaya mucho más allá de lo que marca el mercado. 17 De Vicente, Enrique; "Nueva Era, ¿renacimiento espiritual o montaje comercial?", en Muy Interesante Nº 40, febrero de 1989, pp. 4-17. Pese a observar el fenómeno desde veredas opuestas, hay que reconocer que De Vicente, director de la revista española Año Cero, es uno de los periodistas hispanoamericanos mejor informados sobre este movimiento. Nº 3 Pags.8-10
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