Televisión y pseudociencia ATRACCIÓN FATAL Hoy te quiero, mañana te aporreo... ¿y pasado? Por Alejandro Agostinelli Cuando ya estaba editado el artículo “El aquelarre televisado”donde aludíamos a las conflictivas relaciones de la televisión con la pseudo-ciencia, todavía no había explotado el caso del crímen ritual de Guaratuba, más la trágica carga de locura, infanticidio y posesión satánica que tan bien les cae a los medios para exacerbar el interés por el siempre polémico tema de las sectas. Desde entonces hasta hoy corrió tinta a mares. Sin duda, valía la pena confrontar aquellas reflexiones con la actualidad: la tevé --que removió la cuestión hasta el desgaste y el hastío-- había puesto algo más que un granito de arena para que tuviera lugar la situación que luego salió a defenestrar. Es un caso que contiene múltiples paradojas. De la noche a la mañana se puso de moda cierto escepticismo que más tarde se tradujo en sectofobia. Para algunos, este frenesí galopante llevó a adoptar actitudes que, por ignorancia o imprudencia, estuvieron a punto de vulnerar el derecho de profesar el culto que a cada uno le plazca. Aunque casi todos los que abrieron el paraguas lo hicieron para cuidar el boliche antes que para defender la libertad de creencias. Pero... ¿qué ocurrió, en realidad, el día después? ¿Sirvió el antecedente que algunos comportamientos se modifiquen? ¿O desembarcó nuevamente el olvido, es decir, las trompetas que anuncian la reincidencia? "Tengan cuidado con los niños" "Con este asunto de las sectas satánicas, ni se me ocurriría que la empleada saque a mis hijos a la calle, a menos que vayan conmigo o con el padre", explicaba a fines de julio Laura, una vecina del barrio de Palermo, obedeciendo al pie de la letra el mensaje tremendista con que la TV abordó la noticia sobre el pandemonium sectario. Nadie advirtió --cosas del apuro-- que fueron los mismos medios los encargados de generar un fenómeno adicional: el síndrome de la secta que se come a los niños crudos a la vuelta de cada esquina. En el otro extremo se ubicaron algunos paladines de la inteligencia con sus manuales de sociología de almacén: llenos de estupor, y acaso más interesados en exaltar la lucidez propia que en arrojar luz sobre el problema, llegaron a atribuir el repentino auge (como si hubiera surgido de la nada) de estos grupos extraños a cierta clase sustrato residual de la imbecilidad humana. Ambos cabos de este hilo no tuvieron en cuenta que la cuestión aparece en me-dio de una problemática trama de intereses cruzados. A LUS había que demonizarla para aislarla del contingente de parientes cercanos que pululan dentro del movimiento New Age. Ventilado el caso, hubo que reconvertir el discurso que los funcionarios de los medios masivos habían con-tribuido a crear: semanas antes de la crisis de Guaratuba no había un solo programa de televisión que no incluyera a algún notable de la fauna esotérica local, sea en sus vertientes mántica, paranormal, astro-lógica o platillista. En esa pasarela es habitual descubrir cantidad de personajes estrambóticos que pertenecen a sectas sobradamente identificadas, aunque renieguen de tales etiquetas: casi siempre, admitir objetivos religiosos quita la seriedad que obtienen dentro del híbrido universalismo de la Nueva Era. Claro: nadie tiene la obligación de conocerlas. Pero sí el deber profesional (cosa que tiene que ver con la dignidad, y no con el color de los billetes) de asesorarse. Como en su momento se recordó, a las huestes de Valentina de Andrade también se les había prestado pan-talla chica. Tanteando límites "Esto es un espanto. Un delirio incomprensible" --dijo el animador de un noticiero nacional. Curiosamente, cada vez que la locura fundamentalista (sea religiosa, esotérica o política) alcanza un punto límite, aterrador, desde algún sitio alguien pide barajar y dar de nuevo. ¿Y quiénes fueron los primeros en poner el grito en el cielo? Sin duda, los dueños de los mismos medios masivos. Tras el alerta rojo del crimen ritual de Evandro Ramos Caetano en Brasil, removieron cielo y tierra para encontrar expertos en sectas, y fue por esa brecha que el CAIRP pudo colarse. Fueron muy pocos los que se en-tusiasmaron con nuestros objetivos: lo que necesitaban era alguien que les ayude a remontar el barrilete donde el pavoroso mundo de las sectas se mezclaba con prácticas satánicas, la barbarie mesiánica y la descripción minuciosa del procedimiento seguido por el pai de turno para consumar la macabra ceremonia. Pero en realidad, no interesa tanto el nombre y el apellido de los responsables sino, antes bien, el sistema de creencias que apuntala, arma y sostiene el fenómeno. La alegre promoción del pensamiento mágico encuentra otro punto de apoyo en el uso del sensacionalismo, un recurso de captación del interés público al servicio de preservar creencias que el sistema acepta con explícita benevolencia. En la guerra de la conquista por la audiencia, el raiting no puede esperar y el objetivo es lograr el mayor intenso impacto emocional durante el máximo tiempo posible. Detrás de las noticias, ¿a quién le interesa que los que antes eran exóticos mentalistas hoy sean llamados satánicos? A los mismos que pasado mañana necesitarán entretener a la gente con las predicciones de Blanca de Curi. ¿No resulta sospechoso? ¡Claro! Pero no existe ninguna conspiración: bussines are bussines; en criollo, negocios son negocios. El problema es que la deportividad con que se asume ese olvido, prefacio de la reincidencia, tiene que ver con el carácter entre lúdico y mágico de estas fórmulas pseudocientíficas (sorprendentes, impactantes, fáciles de aprender y en sintonía con los tiempos que corren), que revisten mayor peligrosidad cuando el caldo se fermenta desde los propios medios, en-tendidos como lugares de poder (con perdón de Don Juan, el chamán de Castaneda). Los actos de violencia criminal inspira-dos en una creencia delirante no son espontáneos sino parte de un proceso que comienza, por ejemplo, con las imágenes que se meten primero en el living y luego en nuestra cabeza para tratar de inculcarnos que la astrología es una ciencia, que existen tipos que pueden influir a otros con poderes psíquicos terribles o de convencernos que los extraterrestres son seres superiores que pueden venir a rescatarnos o a pulverizar el planeta en un santiamén con sus cañones láser de la quinta dimensión. De la complicidad a la hipocresía "Te quiero tanto que a veces me dan ganas de matarte", es la consigna a la que los medios se atienen para mantener a sus productos en el aire. Es que la realidad visible en la pantalla serpentea al compás de las astucias de la cultura de mercado. Por eso, cuando la sangre llegó al río, no quedó nadie sin llamar a treparse al carajo de las carabelas para trinar de indignación. Cuando el olfato periodístico --esto es, las tendencias de venta-- insinuó que había que cambiar de rumbo, muchos llegaron a encabezar una patética, por inverosímil, cruzada contra la superchería. Después de haber elogiado la "erudición" de Antonio Las Heras en un programa anterior, muchos estuvieron prestos a lanzar feroces juramentos contra el brujo loco de José Alfredo Teruggi. Así, los anfitriones del disparate se atrevieron a pedir un minuto de reflexión: cui-dado con la caza de brujas. Al mismo tiempo que se reivindicaba el respeto por las religiones no tradicionales se ocultó que los jerarcas de muchos cultos sincréticos fomentan la disociación de la perso-nalidad, prometen curaciones imposibles y, para tener un buen pasar mientras predican su credo, la defraudación y la estafa están a la orden del día *. Muchos charlatanes que ahora vuelven a estar en el aire aparecerán mañana en la página de policiales. Pero... ¿qué le vamos a hacer? ¿Acaso no es eso es lo que le gusta a la gente? Y de la alegre comparsa oscurantista se puede pasar a la sectofobia, y sobrepasados los límites de la sectofobia a una defensa solapada de los brujillos cotidianos a quienes es preciso resguardar. Fueron contados (ver recuadro) los periodistas que tuvieron el decoro de señalar la hipocresía que gobierna el destino de los cana-les de difusión. Si en algún momento alguien pudo suponer que la noticia sería un toque de alerta que serviría para que los medios paren la mano, ignoraba la perversidad estructural que se ha instalado en una generación entera de individuos entrenados para manejarlos con eficiencia. Aquí la consigna es otra. O la misma pero dicha de otro modo: "money, money, money..." Peor es nada Hizo falta prender la televisión una semana después del colapso valentiniano para confirmar las primeras suposiciones. La producción de un programa que invita a cien pseudocientíficos por cada hombre de ciencia, por ejemplo, se apuró en organizar una respuesta donde le dio oportunidad para el desagravio a vistosos charlatanes que habían caído injustamente en el fragor del combate. Lily Süllos proclamó que diseñar cartas natales requiere una rigurosa formación científica, el meta-psicólogo Ricardo Schiaritti pretendió demostrar su poder telepático leyendo las arrugas frontales de la astróloga Aschira y en el programa de Guinzburg y Fontova, Estela Molly tuvo ocasión de rechazar la identificación que se hizo de su culto platillista Bienaventuranza Cósmica con la secta de Valentina de Andrade, al tiempo que, en su tropezado verbo, mezclaba a la Virgen María con extraterrestres y a Jesús con el comandante galáctico Ashtar Sheran. En fin: peor es nada. ¿Y qué ocurrirá mañana? ¿Es que aquí no ha pasado nada? Sí, pasó. Pero así funciona la ilimitada cultura del todo vale mientras convoque. Lo que ayer te curaba, hoy te mata. Lo que hoy estuvo a punto de matarte... quién sabe: a lo mejor mañana te puede volver a curar. Probablemente, no tardaremos en advertir que hemos vuelto a la normalidad. En el más paradojal sentido de la palabra, claro.
LAS VENTANILLAS ESCEPTICAS Hablamos de excepciones, y los periodistas que confirmaron la regla fueron Héctor Ruiz Nuñez (Radio del Plata), Carlos Ulanovsky (revista Humor) y Mónica Gutierrez (Video Cable Comunicación). El CAIRP no estuvo solo: ellos también señalaron la patente corresponsabilidad de los medios. Que el problema central, en realidad, no era una secta de locuelos organizados sino que la sociedad está metida de lleno en un tejido cultural que promociona el franeleo mágico como fórmula para hacer más llevadera una vida que conviene idiotizar, sobre todo para poner el pie encima de otros ideales, como lo podrían ser abrir espacios a una cultura alternativa basada en dar lugar a la inteligencia, a la racionalidad y a la creación dentro de los libres cauces de la imaginación artística, y no en preservar (en desmedro de un con-junto de valores que incluyen la ética y la solidaridad) el monopolio de la sinrazón. Yendo todavía más allá, incluso, del florecimiento de las ciencias truchas y de la chantada envasadas en un cajón de transitores que últimamente parece estar al servicio de masificar la estupidez.
|