EDITORIAL El lugar del escepticismo Alejandro Agostinelli Por “actitud escéptica” --aparte de las definiciones que ofrecimos en editoriales anteriores-- también podemos entender a los distintos argumentos racionales a los que el homo sapiens recurre para evitar ser víctima del fraude y el engaño. Esta revista --una invitación a sumar-se a esa presencia de ánimo-- hace suyos los objetivos del Cairp, un creciente grupo de personas que (por suerte, si no feneceríamos de aburrimiento) no siempre piensan lo mismo. Pero comparten una concepción parecida del escepticismo y la aplican al campo de las llamadas paraciencias. Da gusto que nuestros amigos --suscriptores, asociados y demás deudos-- estén encantados con EL OJO ESCÉPTICO: son cada vez más los que nos felicitan o hacen sentir su compañía apoyando nuestros objetivos (1). También nos gratifica que otros lectores --todavía minoritarios-- pidan que abordemos temas que se echan en falta, se enojen con los escribas que han etiquetado de pseudociencia disciplinas que para ellos siempre fueron inatacables y, a veces, hasta manifiesten el luciferino atrevimiento de condenar supuestas desviaciones radicales del escepticismo de tal o cual columnista. Siendo lo que somos --tenaces inconformistas, obstinados cuestionadores vocacionales-- las opiniones de esta segunda tropa son recibidas con un entusiasmo incluso mayor: tales planteos significan que desde estas páginas se dicen cosas que hacen pensar, que introducen duda donde antes sólo hubo certeza, que ayudan a generar ideas originales donde antes había una virginal neurona en flor. Notar la carencia de cierta actitud cuestionadora indica que debemos perderle miedo a la polémica: den por seguro que en el fragor del debate aprende-remos mucho más que de los artículos que de tan lineales se pueden predecir, que de tan predecibles se pueden obviar. No por otra cosa priorizamos el espacio dedicado a la opinión del lector. ¡Aprovéchelo! ¿Ha dicho que su objeción es de formas? Como en las viñas de Asimov, tanto en EL OJO como en el Cairp (menos de lo que ya saben) se puede encontrar de todo: algunos prefieren el verbo llano y directo, otros el sarcasmo sutil o alguna humorada destemplada; otros elegirán brindar información lo más neutra posible o investigaciones descriptivas, con poca opinión... No está mal; después de todo, cada estilo puede coexistir perfecta-mente en el mismo proyecto. Y la lista puede seguir: en Sudamérica, éste es un emprendimiento nuevo. Estamos buscando la mejor estrategia para que nuestros objetivos continúen expandiéndose. Ese deseo nos obliga a experimentar seguido. Y la búsqueda del len-guaje adecuado forma parte de la misma experiencia, que se hace al andar. En este fugaz repaso saltearemos cómo nos miran los charlatanes --es decir, a-aquellos que se valen de presuntas credenciales científicas para elevar el status de disciplinas que reniegan de la metodología de la ciencia--: el charlatán rechaza al refutador de la pseudociencia porque la propagación del espíritu crítico atenta contra su modus vivendi. Tampoco se aludirá a quienes no se bancan nuestra percepción de los fenómenos que tratamos con el pretexto de que el Cairp promueve una actitud pincha globos, que les arrebata sus ilusiones a cambio de... la fría rigurosidad del pensamiento racional... cuando, en realidad, desde aquí no se pretende despojar a nadie de nada, sino, al contrario, prevenir al consumidor para que tenga la oportunidad --la libertad-- de elegir. El que escribe estas líneas, en verdad, piensa en aquellos ciudadanos a los que hemos comenzado a llegar a través de medios diferentes de nuestra publicación, y que nos reciben con otros ojos (que todavía no son "escépticos"). Y entre aquellos, a ese subconjunto que se remite a razones más complejas para desconfiar del escepticismo científico. A quienes creen ver en el Cairp una cruzada que ha declarado una guerra a muerte, indiscriminada, contra las creencias populares, contra el florecimiento de ideas nuevas, contra la imaginación y la audacia intelectual en la investigación cien-tífica. A quienes acusan al Cairp de defender el indoblegable establishment de la ortodoxia científica alentando el statu quo, o cosas por el estilo. Falacias de este género se pueden rebatir con infinidad de argumentos. Lo remarcable es que, a contraluz de ese tipo de razonamientos, opera un prejuicio que, en lo que nos toca, invertimos enormes esfuerzos en conjurar: por ejemplo, no sepultando vivo al charlatán de turno sin tomarnos antes el trabajo de sopesar la prueba, o rehusarnos a emitir una opinión basada en presupuestos que puedan provenir de un exceso de suspicacia. Hay un precepto que sería deseable incorporar al folklore de la racionalidad popular: evitad confundir escepticismo con negatividad, así como nosotros evitamos confundir charlatanismo con credulidad. Está claro que el escepticismo a ultranza --como escribió en esta misma revista Carl Sagan (2)-- instalará, inevitablemente, una de las peores trampas: tapar los ojos frente a lo nuevo, a lo imprevisto, a lo que todavía está por descubrirse. Irse a la cuneta del extremo --vaya novedad-- siempre supone peligros. Pero pareciera que somos los que dejamos caer el peso del escepticismo sobre las para-ciencias quienes debemos pasarnos la vida dando lecciones de ecuanimidad --la que, por otra parte, se le pide excepcionalmente a los charlatanes. Así es como --para disipar cualquier sospecha-- debemos aclarar que estamos a favor de la poesía, de la literatura, de la música, del arte en todas sus formas, de la ecología, de la paz en el mundo, de la libertad de cultos, del amor, de caminar descalzos sobre el césped (y de muchísimas cosas más, no le quepa la menor duda), para que se nos conceda el derecho a discrepar. Por otra par-te, el escepticismo activo no es soplar y hacer tubos de ensayo; en ocasiones surgen tentaciones difíciles de resistir, como contener la carcajada --esa risa que sólo es fácil desde el sillón del escéptico-- porque sabemos que el delirio del momento puede estar poniendo en peligro la salud de un semejante, o mantener en suspenso una denuncia para no arriesgar la seguridad de la fuente. En suma: también hay que saber templar la paciencia porque --si bien la urgencia de ciertos reclamos nunca prosperaría si actuamos con la mirada de un sociólogo contemplativo-- para modificar una realidad que no se acomoda a nuestro deseo, antes se la debe comprender serena y reflexivamente. A quienes un buen día se nos ocurrió fundar o adherir a los objetivos del Cairp jamás se nos cruzó la idea de reflotar una escuela, una corriente o una tendencia de pensamiento en particular. Nuestra institución rehúye de las etiquetas: el Cairp no representa a cierto neopositivismo, es ajeno al neo-racionalismo y no suscribe ni por las tapas a ninguna escuela filosófica o epistemológica de las que abundan en el mercado intelectual criollo. Ni siquiera --fíjese lo que decimos-- abriga la intención de hacer una apología de la ciencia: tan sólo intenta poner en práctica su metodología y reivindicar su eficiencia, que ha sido sobradamente demostrada (no, no se flagelará nuevamente al lector comparando sus logros con los de cualquier pseudociencia). Pero claro, qué piolas: se nos ocurre hacerlo justamente ahora, cuando su enseñanza no se cotiza en la bolsa de valores de modelos a seguir. Hay pocas cosas tan antipáticas como desalentar ilusiones ajenas. Y sin embargo, lo que nos convocó, y nos sigue convocando, era, y es, un duende de espíritu boquense llamado sentimiento: la indignación que nos provoca ver cómo todos los días, des-de diversos frentes, se cometen flagrantes abusos de la credulidad pública. Ver, al principio paralizados, ahora activos, cómo el esoterismo se organiza, se inmiscuye y se disfraza de ciencia para sobrevivir el siglo XX; ver cómo avanza cómodo hacia el próximo milenio y entra sin pedir permiso en toda mente con la guardia baja, atropellando cada neurona adormilada. No en vano los científicos que integran, asesoran y comparten los objetivos del Cairp son investigadores con conciencia social que, desde su propia práctica profesional, se pusieron al servicio de una sociedad que atraviesa tiempos difíciles. Por último, señalemos que la utilización de temas polémicos --que subsisten a expensas de la psicología, de la astronomía o de la medicina-- para engatusar al interesado poco informado, o el franco abuso de la necesidad de tanta gente en aferrarse a soluciones mágicas, exige definiciones preci-sas y nos lleva a que reutilicemos esos mismos temas para devolverlos explicados, siempre que la explicación sea posible. No es otra nuestra modesta contribución --por supuesto, insuficiente-- para tratar de elevar la educa-ción científica de la sociedad. Confiemos en que va a llegar el día en que esa parte del pú-blico sabrá diferenciar por sí sola el escepti-cismo científico, inspirado en la investigación y la razón, del cretinismo de los charlatanes que encima se dan el lujo de señalar que son los demás los charlatanes. A algunos, la amenaza de la úlcera gastroduodenal nos persigue como una pesadilla, sí. Pero tampoco conviene tomarse las cosas tan a la tremenda; es de corazones nobles esperar que cada vez queden menos escépticos de los escépticos. Alejandro Agostinelli Notas: 1) Como reaccionaría cualquiera en nuestro lugar, tales salutaciones consiguen que a veces esbocemos una casi imperceptible sonrisa de satisfacción. 2) Sagan, Carl; El peso del escepticismo, en EL OJO ESCÉPTICO N°3, diciembre de 1991, pp. 5. ABSTRACT: In defense of skepticism, the author lists the prejudices that are argued against it and supplies skeptics about skepticism with reasons to alter their stances on the subject. Pags 3-5 |